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Foto del escritorCynthia Híjar

Tenemos que hablar -mal- de nuestros exnovios europeos.

Actualizado: 18 ago 2023

Hace exactamente un año estaba sentada en un bar de stand up en Berlín con mi príncipe deconstruido. Era un alemán antifascista especializado en Antisemitismusforschung (o sea que sabía mucho sobre antisemitismo y tenía muchos buenos amigos de Israel, deconstruidos también), con quien podía escuchar a los Traveling Wilburys y a quien emocionaba fácilmente cuando le describía toda la comida que iba a probar una vez que viniera a México conmigo. El chamoy, los esquites, las gomichelas.


Cuando entramos al cuartito en el que se presentaba el comediante venezolano que hostearía el show de esa noche, me sentí contenta pero hice algo que tuve que hacer todos los días que viví en Berlín: preguntarle telepáticamente ¿BAILAS? una vez que empezó su rutina de cabulear a los asistentes. Yo estaba escondida, de la mano de un jirafón insípido, pero eso no me quitaba lo Vedette. Y es que cuando el comediante empezó a hablar, de inmediato nos señaló para la burla colectiva, ese bullying al cual los standuperos llaman, de forma errónea desde luego, “cabaretear”. No voy a profundizar en términos técnicos ni a ensayar las implicaciones disciplinarias sobre lo cómico, pero digamos que a mí mis maestras me enseñaron que cabaretear es hablar de política y hacerlo con tanto talento que parezca un chiste, no cargarle carrilla a tu público con recursos prefabricados sobre pobres y putas para que te resuelvan el show.


El estereotipo era evidente; una muchacha de color con un acompañante rubio. El comediante nos preguntó si éramos pareja y de dónde veníamos. Cuando respondimos que yo venía de México y que él era alemán, el host me dijo en inglés algo así como ¡felicidades por el pasaporte! A lo cual respondí que o conseguía trabajo o conseguía el pasaporte, pero yo no me iba a ir de Berlín con las manos vacías. Todavía me acuerdo de las caritas de algunas muchachas en el público mientras me aplaudían la respuesta, no era ningún reto responderle a un standupero mediocre si me había ido de México precisamente para no trabajar con personas como él.


Como se sabe que la autoconfianza de un comediante cishet es más frágil que el vidrio templado y yo ya estaba dando mi propio show, el comediante puso en su mira al Príncipe (que no era azul sino como beige). Cásense, le dijo, luego ya le pones un pretexto y la cortas. El Príncipe Caqui Deconstruido le respondió algo así como “está bien, puedo estar aquí todo el tiempo que necesites para que logres terminar tu rutina” y fue ahí donde empezó la verdadera diversión. El público hizo un sonido que sólo puedo traducir como ese “sóbese” que le dices a tus amigos en la secundaria cuando ves que algo les arde. Para ese momento yo me carcajeaba con la boca abierta y un aperol spritz en la mano. Ese chiste de dos machitos cantándose el precio en lugar de burlarse de mi situación migratoria sí se había logrado bien.

Decidí escribir este texto, cuya extensión y alcances de intimidad no he calculado todavía, para compartir el conocimiento ancestral que obtuve en esa cueva de aburrición y violencia doméstica que fue la vida heterosexual con un alemán. Porque yo me largué de México a vivir la vida más tranquila que pudiera, lejos de la violencia machista, las cacas de perro en las banquetas y la inseguridad, pero allá me encontré con un conocimiento sobre las cacas en la banqueta del alma de la humanidad que yo no quería tener. Constantemente pienso que deseé tanto hacer un doctorado en Alemania que una vez que llegué allá sin beca y por mis propios medios, lo único que hice fue encarnar la dimensióm empírica doctorado en ser señora. Digamos que hice una especie de trabajo de campo para observar las dimensiones de la tortura emocional que es capaz de ejercer un supremacista blanco que se cree de avanzada progresista y tiene todo a su favor para decir que la violencia doméstica que ejerce sobre ti es merecida porque tienes problemas con tus emociones, ya ves que en México hay mucha violencia y yo creo que por algo eres así.


Durante el año que llevo rumiando este tema, la temporada más lúgubre del dramedy de mi vida, me he planteado la posibilidad de compartir no sólo la historia del abuso y el fraude amoroso que viví. Si bien atesoro los momentos chistosos, el guión improvisado y el soundtrack que acompañó cada uno de los momentos en los que caminé un Berlín odioso con las heridas totalmente abiertas, mi venganza será epistémica. Mi huida y todo eso que hice para sobrevivir y “crecerme al castigo” no habrían sido posibles sin el marco analítico que se configuraba cada vez que hablaba por teléfono con algunas amigas y con mi mamá. En ese momento de mi vida yo no sabía que la violencia de género que vivimos las mujeres del sur global en los países colonizadores es un problema de salud pública. Cada vez que trataba de hablar sobre ello, personas específicas -empezando por mi agresor- me convencían de alguna manera de que se trataba de una simple diferencia cultural.


Durante las últimas semanas, el caso de desaparición forzada y eventual tragedia con Maffy y la violación que vivió una turista mexicana en París hicieron evidente una serie de situaciones de violencia misógina y racista en Europa sobre las cuales se ha hablado muy poco. Mi historia es una de tantas y no es de ninguna manera comparable con la gravedad de estos dos casos. Me gustaría mantener una separación narrativa con ellos en un acto de respeto a la memoria de Maria Fernanda y situar este texto como el primer avance sobre una serie de análisis que he hecho durante este año, al mismo tiempo que lo quiero publicar porque es urgente que comencemos a hablar sobre este tema y a puntualizar los nodos de opresión sistémica que nos culpan a nosotras, como siempre, de lo que nos hace alguien más.


Un lugar común que he visto mucho últimamente y que me parece preocupante es ese que insinúa o acusa cínicamente a las mujeres mexicanas que hemos vivido violencia doméstica con extranjeros blancos, como si la romantización de los hombres europeos fuera un problema individual y no una consecuencia de la violencia sistémica que nos atraviesa de manera estructural. El abuso emocional no es una consecuencia de la ingenuidad ni de un analfabetismo político, sino la decisión que tome una de las partes de transgredir la integridad de la persona a la que dice amar.


Desromantizar a los europeos no es entonces una práctica individual que se acote a las relaciones heterosexuales, monógamas y binarias. Por eso importa que cada historia encuentre las dimensiones comunes y políticas de esta violencia sistémica. Necesitamos cómos y porqués. Partir de la propia historia para situar esos nodos y avanzar hacia procesos analíticos es una forma ágil para combatir la vergüenza que sentimos las sobrevivientes, víctimas y denunciantes cuando nos animamos a hablar. La vergüenza es una de las principales herramientas del opresor, por eso cada vez que alguien te hiere de manera volitiva busca convencerte de que te lo mereces y cuando hablas de ello habrá quien te diga con la mano en la cintura que te lo has ganado.

No soy ingenua, mientras escribo esto a salvo, en la tranquilidad de mi casita donde pega el sol y donde escucho al señor del pan y al carrito de los tamales, calculo la intención de daño que vendrá después por parte de quienes, de nuevo, busquen situar la violencia de género como una banalidad, sin embargo mi objetivo con este texto no es convencer a nadie sino recordarle a quien encuentre herramientas en esto que tenemos derecho de migrar sin que eso nos haga merecedoras de torturas y pesadillas. También soy conciente de que hay personas que pueden pensar a lo largo de este texto que no todos los europeos son agresores porque ellas son felices en sus relaciones y en sus matrimonios, este texto no habla de ustedes. Sigan siendo felices e infórmense para que no le estorben a las denunciantes en sus procesos de denuncia y todo bien.


Me volcaré una y otra vez sobre la noción de migrante mexicana en Alemania porque es lo más cercano que tengo para situar el conocimiento acerca de unas estructuras de poder específicas. Entiendo que no puedo hablar por otras personas migrantes, mujeres o no, mexicanas o no, y que incluso mi historia es distinta a la de otras migrantes mexicanas en Berlín, pero mi interés no es narrar la historia de todas, sino la mía para que a partir de eso podamos abrir una discusión con intenciones políticas y analíticas. Que la vergüenza y la culpa se la queden ellos porque nuestra no es.

Por otra parte, me parece importante contar mi historia porque incluso cuando soy una persona que goza de muchos afectos y algunos privilegios (una maestría, el oficio escénico, una familia amorosa en México, redes de apoyo sólidas y una plataforma digital en la cual hay gente que estuvo al pendiente de mi cuidado y que me ayudó tanto para irme como para regresar), soy consciente de que mis costos económicos y emocionales fueron realmente condicionantes para rehacer mi vida una vez que regresé a México. Quiero ser yo quien cuente mi historia, quien la analice, quien la discuta, quien la publique y quien la concluya porque honestamente estoy cansada de que algunas conocidas becadas en Europa me escriban para preguntarme si le puedo dar una entrevista porque quieren escribir lo que me pasó. ¿Escribir o transcribir? he querido preguntarles. Yo misma puedo escribirlo. No estoy dispuesta a que mi historia y mi dolor lo explote epistémicamente nadie para sentarse cómodamente con su beca y su título de Autora.


Por último, me parece importante enmarcar este texto en una verdadera incertidumbre literaria. Parto de mi propia cicatriz y soy consciente de que tengo las herramientas analíticas además del ánimo creativo de narrarla, pero no sé si alguien lo va a publicar, si va a ser demasiado largo, demasiado vanidoso, demasiado insustancial o demasiado académico. Como muchas cosas que escribo, este texto tiene recovecos de intimidad que explican datos, puntos nodales. No me es posible escribirlo de manera superficial porque es el autoanálisis de una herida y no es un análisis objetivo porque se trata de mi propia vida.


El año que llevo investigando sobre este tema he valorado las posibilidades de gestionar espacios de escucha y acompañamiento somático para sobrevivientes de violencia en Alemania y llevo unos meses formulando una propuesta para hacer mi doctorado en pedagogía con el fin tener las capacidades de realizar un acompañamiento serio e indagar en la posibilidad de proveer de herramientas útiles a quienes quieren escapar de sus agresores y contar sus propias historias a través de la comedia. Explico esto porque supongo que en momentos el texto tendrá sus dimensiones análiticas y que en otros será anecdótico y porque me gustaría saber de otras personas que quieran contar su propia historia también. Por pura osadía epistémica lo que escribo será absolutamente vanidoso, pop y autorreferencial. No se asuste si lo que le inquieta es la aburrición, querida lectora, lector. Vamos a transitar el bajo astral que viví hace un año porque quiero que reconozca el poder de la razón cuando mire a los demonios a los ojos.


Para fines didácticos, eventualmente podríamos hacer mi serie La Rosa de Luxemburgo donde me verán llorar como auténtica magdalena y mentarle la madre a un neonazi vestida como Vedette, con una boa de plumas en algún bar cochino después de enamorarme de un francés. También con esto quiero escribir mi próximo show de cabaret: Sailor Chaca vs el Príncipe de Salsipuedesberg. Tome este texto como una defensa en el terreno de lo imaginario, como una respuesta encarnada de todos los colores que tiene el barrio en el que crecí ante la idea de que el infierno es mexicano y sepia. El infierno aquí es blanco, colonizador y pequeñoburgués.


I. Ay me da, qué tristeza que me da…

Cuando decidí mudarme de país, dejar todo lo que en México tenía, olvidarme de mis proyectos profesionales, alejarme 10 mil kilómetros de mis padres, de mi público, de los esquites y de mi amiga de la niñez, lo hice porque estaba muy cansada de tener que explicar constantemente que las denuncias por agresiones sexuales que había acompañado tenían un mínimo de validez.

Me agotó que sólo incrementaba la respuesta de amenazas y odio colectivo que había vivido en procesos en los que mi error imperdonable había sido señalar conductas normalizadas de violencia de manera pública. Me impresionó la ironía con la que ahora la vida me mostraba que el mismo cinismo de siempre reaparecía en forma de sutiles regaños hacia quienes hemos denunciado o acompañado denuncias, porque siempre hay una forma para decir que “esas no son las formas”, y porque siempre que leía a alguien señalando que la cancelación no estaba bien, me preguntaba por qué se elegía hablar de eso precisamente el día que una joven de 20 años señalaba a un actor o comediante famoso, con poder, cuya cara íbamos a tener que seguir viendo, cada vez más empoderada y mejor pagada en cualquier medio de comunicación, mientras a mí, por confrontar sus abusos y señalarlos, se me caía cualquier contrato o incluso colaboraciones en las que ya había trabajado y que ni siquiera me iban a pagar “Es que ya ves que lo que pusiste en twitter estuvo muy fuerte”.


Si no está bien cancelar, ¿por qué cancelan en primer lugar a las denunciantes? pregunté una y otra vez. Si yo no soy la agresora, por qué quienes antes se informaban con mi trabajo no pagado de difusión ahora me señalaban como conflictiva. Sería porque esta vez uno de los denunciados es su amigo, su colega o quien les da trabajo. Era como si violar a alguien te abriera las puertas a la compasión y la empatía del otro, como si cuando agredes sexualmente la gente viera la necesidad de reconstruir el tejido social a traves de la reparación de tu carrera, mientras que las denunciantes se quedan con las consecuencias de tu abuso y quien se atreva a creerles con las agresiones en masa de la gente que te defiende.


Esto es triste y entiendo que provoque una especie de desconsuelo, me apena un poco no tener un final feliz o una fórmula retórica hacia la cual dirigir lo que hoy escribo con tal de plantear que puede una irse del país y no volver a pasar por eso, o bien que puede una regresarse a su país al mes y empezar de nuevo con absoluta garantía de seguridad y cobijo en su proceso. Ni modo, hay que ser realistas sin que nos consuma el cinismo porque la desolación impostada es una trampa. Si las cosas en el mundo son horribles, por lo menos deberíamos de poder decidir dónde chillar. Si quiere usted chillar en frente de la playa con un juguito de uva, en un lago canadiense o en el tianguis con una gomichela, nadie tiene por qué juzgar. Defender la vida también implica reconocer que tenemos derecho a los paisajes, a los ambientes, a las aventuras y al aprendizaje que es irse o volver.


La idea de que el machismo es una característica racial del hombre de color es, además de una práctica evidente de perfilamiento racial, uno de los pretextos con los cuales se invisibiliza la violencia de género en países del norte global. Recuerdo mucho a una periodista española que me hizo una entrevista hace un par de años y para finalizar me pedía darle detalles sobre lo mal que está México en todo eso que constituye lo que llamamos violencia de género. Cuéntame sobre los feminicidios, sobre los machos mexicanos, me pedía quizás con el fin de sustentar la nota en su medio europeo. No iba a decirle que no es cierto, porque es cierto, pero en mi larga carrera como amante profesional me he relacionado, digamos “amorosamente”, con novios y novias españolas que me caché siendo, además misóginos, profundamente racistas. Qué raro que ahora ya somos feministas en todo el mundo pero cuando hay que perfilar racialmente a los agresores se les olvida que la misoginia no es consecuencia de la nacionalidad, y que casualmente la blaquitud y el ser considerado un hombre blanco con pasaporte de blancolandia sí representa una circunstancia social que incrementa la capacidad de daño de quien decide lastimar a una mujer. Esos machos no mexicanos, los Príncipes Beige, tienen garantizada la impunidad.

Yo quise irme de México porque estaba demasiado cansada. Cuando comencé a hacer trabajo con y para mujeres, tuve una jefa-maestra que un día me dijo que cuando te dedicas a trabajar con víctimas, te encuentras siempre con un tope. Te lo ponen o lo ves y ahí es cuando tu vida la tienes que proteger. Por eso yo nunca quise dedicarme a eso, me decía. Y luego algo que he escuchado de todas mis colegas: no tengo ni el estómago ni el poder.

Yo tampoco quise dedicarme a eso pero no sabía que las circunstancias que te pone la vida, todas políticas y todas personales, implican que tomes decisiones. No sabía que mientras creciera, iba a ver a las mujeres cercanas que se dedican a trabajar con víctimas, sobrevivientes y denunciantes, pasar por amenazas que se iban a cumplir, o por lo menos a crecer. Me acuerdo mucho, por ejemplo, del día que vi Los demonios del Edén. Me acuerdo del dolor y de la rabia, pero también de la inspiración que me regaló ver a Lydia Cacho defenderse, hacerse una especie de justicia narrativa al abrazarse pública y decididamente a la verdad. Nunca me imaginé que casi diez años después, seguiríamos viviendo la violencia machista como una eterna pandemia nacional, pero también es cierto que “los alemanes pinches son bien méndigos”, como diría mi mamá.


Mi historia de violencia doméstica con un hombre alemán es una de tantas. Quizás el problema que tuvimos mi novio y yo fue una pequeña diferencia cultural: él creía que precisamente por toda la violencia que vivimos en México, yo iba a estar acostumbrada o incluso agradecida con sus prácticas de abuso y de control. Soy una de tantas mujeres treintañeras que constituyen lo que Yetlaneci Alcaraz y Marco Apple definieron en El infierno lejos de casa el año pasado como migración feminizada para describir el porcentaje más alto de mujeres que de hombres mexicanos viviendo en países del extranjero y las prácticas que reconocí en mi pareja son similares a las que han descrito cientos de mujeres en espacios no formales cuando intentan buscar ayuda.

Entre 2009 y 2017 hubo un crecimiento poblacional de mexicanos en Europa del 115%. Mientras que para 2015 había 103 mil 814 mexicanos con una edad promedio de 34 años viviendo en el extranjero, 54% de ellos mujeres. El Instituto de Mexicanos en el Exterior registró que, para 2017, el número de mexicanos que migraron a Europa incrementó a 119 mil 030 residentes registrados, el 57% de ellos mujeres. Las principales ocupaciones registradas se aglutinan como “estudiantes”, “empleados”, “profesionistas”, “misioneros” y “amas de casa”. Para 2017 la población de mexicanos registrados Alemania era de 15 941 personas con un 53% de mujeres.


Como se ha señalado últimamente de manera no sólo insensible sino también muy elemental, muchas mujeres van a Europa para dedicarse al trabajo no remunerado que es el hogar. Los intereses que emerjan al respecto deberían de ser estadísticos y en aras de procurar procesos migratorios seguros y dignos, no para juzgar por qué alguien decide casarse con un belga o con un alemán. Las mujeres mexicanas deberíamos de tener derecho de soñar, de estudiar, de obtener grados en francés o en alemán, de viajar y de pasear, pero también de decidir si queremos casarnos y dedicarnos al trabajo del hogar de manera segura, digna, con acuerdos claros y nuestros derechos económicos garantizados. Si usted considera que el problema es el matrimonio pues no se case. Lo que nos concierne aquí es situar la desventaja sistémica en la que está una migrante al casarse fuera de su país.


El gobierno alemán denomina población con antecedentes migratorios a todas las personas que no nacieron con ciudadanía alemana o con al menos un padre que no tenía dicha nacionalidad. Este grupo de personas comprende actualmente más o menos una cuarta parte de su población. Si bien Alemania es un país al cual intentamos migrar muchos muchos mexicanos, los datos sobre la población mexicana viviendo en Alemania son alarmantemente escasos, sobre todo al momento de realizar un análisis con perspectiva de género, probablemente debido a que en términos estadísticos se trata de una minoría absoluta. La oficina general de estadísticas de Alemania registró hasta diciembre de 2021 que la densidad poblacional migratoria proveniente del conjunto de continentes conformado por América, Australia y Oceanía constituye apenas un 4.4% mientras que el 46.7% de los migrantes en Alemania provienen de otros países europeos.


El proceso migratorio para vivir en Alemania es básicamente Pesadilla en la Calle Burocracia II: A la Vergessen deine Anmeldung. La I es la de Tramita tu título en la UNAM. Se necesita mucho enfoque y mucha paciencia, pero también es cierto que son necesarios unos capitales culturales específicos. En Berlín, que es donde hay más mexicanos, es posible sobrevivir si solo hablas inglés, aunque siempre habrá gente horrible que incluso si les hablas en alemán va a decir que no te entiende.

Si la dificultad es de carácter volitivo o no, eso nunca lo sabremos. No hay manera de evaluar la intención de un estado sin caer observaciones evidentes y sin que por ellas se me llame resentida o ignorante porque sí se puede. También es cierto que hay muchos esfuerzos oficiales por parte del gobierno alemán (como la página Make it in Germany) para explicar con claridad cómo migrar, cómo resolver tu situación migratoria si vas a encontrarte con un familiar y quieres quedarte allá, si vas a trabajar o incluso a buscar trabajo, si vas a estudiar y si quieres una beca. Aún cuando la burocracia es un elemento relevante, no es difícil irse ni es difícil permanecer allá.


La promesa de una vida más tranquila, de caminar por la calle con mayor seguridad y de poder acceder a unos derechos básicos una vez que logres permanecer y obtener la ciudadanía e incluso la opción de irte y ver después cómo resuelves tu situación migratoria son obviamente atractivas para miles de mujeres de mi rodada (millenials) que no sólo vivimos entornos de violencia sino que nos vemos atravesadas por otras particularidades como la sencilla razón de querer respirar otros aires y ver las estaciones en otro lugar del mundo. Migrar no solamente debería de ser aceptable cuando se está huyendo de casa porque se trata de un acto inherente a la constitución más elemental de la humanidad y de su Historia. La manera en la que solamente un par de causas han monopolizado la narrativa sobre la migración femenina también es una trampa porque pareciera que solamente tien es el permiso moral de migrar si eres científica de la NASA.


La mayoría de los comentarios negativos hacia las migrantes mexicanas en Alemania son pretensiones aleccionadoras que se dedican a juzgar a quienes “cruzan el charco” para encontrarse con alguien que las enamoró. A mí, que me fui por mis medios, que renté un departamento que pagaba con lo que gano por dar clases particulares de investigación y que conocí a un agresor una vez que estuve viviendo allá, nunca se me va a olvidar cómo parecía que les estaba contando el argumento de María la del Barrio a las personas que decían trabajar con migrantes cuando les preguntaba qué opciones legales tenía para protegerme de mi agresor. Todavía guardo el correo de la asociación de acompañamiento a migrantes en el que una vieja sangrona me respondió que a ver si podía regresarme a mi país y que a ver si en mi país me dejaban abortar, que ella no podía decirme si continuar mi embarazo o no cuando mi consulta era sobre cómo protegerme legalmente de mi agresor.


Vivir fuera de tu país creyendo que falta mucho o que definitivamente no vas a volver es un duelo que te pasa por todo el cuerpo. Yo no sabía hasta qué punto mi soma tenía que acostumbrarse a no poder escuchar cerquita a mi mamá y a mi papá. A que desde las botanas del súper hasta las fiestas con los amigos de mi novio fueran totalitariamente insípidas. Supongo que a cada persona le pasan cosas distintas, que de la misma manera que tu ciclo circadiano cambia cuando estás en otro país, hay cosas cotidianas que también comienzan a transformarse en ti. Vivir en Alemania cuando creciste en la Gustavo A. Madero y te gustan las cumbias a todo volumen se vuelve cada vez más difícil si sumado a eso la cajera del súper te solicita con una sonrisita siniestra que le enseñes las bolsas cada que vas a comprar el mandado. No vaya a ser que se te olvidó pagar algo. Vivir en alemania es bonito hasta que alguien te recuerda que eres la minoría estadística, una putita amarrando al muchacho europeo para que se vuelva tu marido, una animalita exótica amenizando las fiestas familiares a la que le piden que no se maquille tanto, que no se vaya a poner uñas muy grandes y que no sea vista tan bonito para salir a pasear.


Migrar es un duelo pero hay muchos duelos en la vida. Que haya gente racista no significa que no deberías intentarlo allá. Vivir ese complejísimo proceso implica echarse muchas porras y recordar que putita, estudiante, ama de casa, doctora en género, todas a la vez o cualquier otra, nos fuimos porque allá pagan mejor por hora. La vida en Europa es a veces dura y a veces blanda, implica ser realistas y tener claras nuestras prioridades, así como una estrategia de supervivencia elemental. Es importante saber al momento de irse, enamoradas o no, con planes de relacionarnos sentimentalmente o alguien o no, que necesitamos ahorrar unos pesos de capital cultural, estrategias de autocuidado y sobre todo, una cantidad de dinero que nos permita escapar en caso de que sea necesario.


Si pudiera darle un consejo a alguien que se va a casar allá sería que no se vaya sin el dinero suficiente para escaparse a un hotel, que calcule los gastos de un uber, unas noches en un hotel y un boleto abierto para poder regresar. Vemos las caras pero nunca el corazón y a veces tu cuenta de banco es tu única amiga a la hora de escapar.



II. El amor de mi visa

Las mujeres mexicanas que decidimos migrar a países del norte global lo hacemos por muchas razones, todas las cuales, como ya se explicó anteriormente, son cosa que a usted y a mí no nos debería causar interés juzgón ni atracción mórbida. Voy a tratar de ensayar ahora sobre la simbiosis entre novio europeo y adquisición de pasaporte, el prejuicio favorito para invalidar a una mujer que vive violencia doméstica con un europeo o cualquier viejo irrelevante del norte global.


A la gente le gusta mucho repetir que las mujeres nos vamos a vivir a Blancolandia para “conseguir marido”, como si un marido fuera algo que se consigue y no algo de lo que muchas andan huyendo, como si todas las migrantes fueran heterosexuales y como si un europeo fuese en sí mismo un trofeo. Si el 14% del total de residentes mexicanos en Europa son amas de casa, claramente muchas de las mujeres que se casan con una pareja europea y se quedan a vivir allá se dedican al hogar, sin embargo la explicación a esto no es, como cree mucha gente, que se trata de mexicanas buscando un europeo como si eso fuera su única meta en la vida.


La realidad es que hacerse cargo de un hogar es un trabajo que se puede vivir en mejores condiciones en los países del norte global porque como nos han robado todo y nos siguen explotando pues tienen más recursos y la vida es más sencilla. Los retos económicos que vive una persona europea en Europa no se comparan de ninguna manera con los que vivimos en México y en el sur global en general. Hay cosas que no sabemos y nos parecen impensables cuando llegamos a vivir allá, por ejemplo que el Estado garantice un seguro de desempleo (sin tener que darle un moche al operador del partido político en turno que gestiona el programa) suficiente para llevar una vida tranquila un par de años mientras encuentras dónde trabajar.

No voy a profundizar en tecnicismos ni pormenores pero para que lo imagine, una persona con ciudadanía alemana puede acceder a un seguro de desempleo con programas educativos y capacitaciones gratuitas, tiene acceso a una especie de coach que le ayuda a preparar su CV, sus entrevistas de trabajo y a su planificación profesional. Me acuerdo mucho cuando descubrí que mi Principe Beige, por ejemplo, cobraba sin trabajar. O el día que me enamoré en París de un actor europeo que fue buena gente y que me quiso mucho pero luego lo veía medio quejoso de los programas de desempleo cuando él mismo tenía un sueldo mensual que el gobierno le pagaba sin tener que resolver su vida rogándole a sus amigos que fueran a las funciones y regalando boletos como hago yo en México. En Berlín, por ejemplo, nadie trabaja los domingos. Los supermercados no abren, de pronto puedes tener suerte y encontrar una späti valedora escondida en algún barrio más “multicultural” para comprar pero, vaya, se trata de un sencillo derecho laboral institucionalizado de manera inimaginable para nosotros: el de descansar.


En muchos otros casos, mujeres profesionistas migrantes que se casan, antes, durante o después de haber migrado, no pueden homologar sus títulos de doctoras, maestras, artistas o médicas. Los trámites a veces se vuelven inaccesibles para ellas por la propia naturaleza de hostilidad burocrática que implica ser reconocida como profesionista allá. Muchas conocidas mías realizamos labores de limpieza ocasionalmente porque es más práctico que lidiar con otros trámites o en mi caso porque a pesar de que tengo una maestría sí sé limpiar.

Lo que quiero decir con esto es que las condiciones son distintas. La idea de que una mujer cuando se casa y migra para eventualmente dedicarse al hogar pierde con ello alguna capacidad enmarcada en la meritocracia y por lo tanto merece lo que le pasa, es francamente blanca y una de las narrativas de continuidad opresiva más ridículas que existen. Algunas mujeres quieren unas cosas, como trabajar en un doctorado, y otras quieren otras, como trabajar en su casa. Cuando un hombre al que le pagan básicamente por existir te dice que va a casarse contigo buscando que le cuides a los hijos y le limpies la casa, lo lógico es que él pague las cuentas. La idea de que una se va “de mantenida” no reconoce que los mantenidos son los blancos, que la verdad sí deberían de pagar por estar con una porque a ellos les pagan sin tener que trabajar con todo lo que nos robaron y que ni siquiera el “mantenida” haría a ninguna persona merecedora de violencia doméstica.


Hasta que no se reconozca que el origen de esta desventaja encarnada por nosotras tiene sus raíces en la colonialidad, el trato depende de las buenas intenciones de ambas partes. El problema específico de las relaciones conyugales de tipo esposo cisgénero blanco europeo hace trabajo remunerado + esposa no blanca migrante hace trabajo no remunerado no es que “te mantenga”, como creen y critican tanto el machista promedio como la feminista blanca. El problema es que la mayoría de los agresores domésticos europeos, canadienses y gringos utilizan este prejuicio de “La mantenida” para engañar tanto a inmigrantes como a otras mujeres del sur global en sus propios países para eventualmente someterlas a un control económico premeditado y poder agredirlas con la amenaza de que si los dejan, literalmente no van a tener dónde caerse muertas.

Muchos varones blancos del norte global viajan a México, ellos sí, para “conseguir” una esposa mexicana porque en sus países las mujeres blancas de su misma edad los van a leer como los buenos para nada que son. Otros se dedican a coleccionar romances con eso que denominan parejo como “latinas” en sus propios países. Es cierto que somos lo máximo y ellos son unos insípidos aburridos, pero le quiero pedir que se concentre mucho en lo que realmente importa: este tipo específico de viejos ahorra unos meses su pensión de desempleo, o trabaja un año y junta para venir a vacacionar (porque después puede volver a trabajar en donde sea), y con ese dinero le promete a la primera mexicana que se encuentre en la playa o en tinder que le puede dar una vida bonita y tranquila, algo a lo que todo el mundo tenemos derecho de soñar.

La realidad es que una vez que están con ellas el dinero se vuelve una estrategia de control. “Llenando de lágrimas la copa de miel / tenazmente ofrecida” , las agresiones aparecen una vez que has confiado en alguien que, lejos de lo que pueda considerar la suspicacia del audaz lector, puede parecer a simple vista una persona muy poco excepcional. O sea, este tipo de viejos no andan con un collar de diamantes en la bolsa ni con un guión finamente elaborado para atrapar señoritas desprevenidas porque ni siquiera les alcanza. Las historias en estas relaciones son comunes y lejanas a la caricaturización que se hace de ellas: una conoce a alguien con quien se coquetea y se gusta y si hay buena química considera comenzar una relación con él. El planteamiento de pasar unos meses en tu ciudad y unos en la suya hasta que decidan, en caso de quererlo y llevarse bien, comenzar una vida juntos no es ninguna excentricidad. Ningún agresor llega a tu vida diciéndote “Hola, me mantiene el Estado. Soy un viejo puerco. Vamos a tener unos hijos y te voy a controlar a través de ellos. Me baño los lunes y para el jueves ya huelo bien feo. No sé hacer el quehacer”

También existen otros casos en los que se puede ver con claridad cómo los hombres residentes de países del norte global te hablan de matrimonio a la menor provocación. Probablemente porque saben que de otra manera no te fijarías en ellos o porque los posee repentinamente John Smith. Probablemente, como en el caso de mi agresor, porque le daba muchos puntos y lo hacía muy interesante andar con alguien tan increíble, guapa, talentosa y chistosa como yo, y porque le encantaba presumir, cuando le era conveniente, todas las amenazas de las que yo le había hablado en México. El príncipe deconstruido ahora tendría en su historia de ligues a la migrante amenazada en un país lejano donde todo tiene un filtro sepia.


En resumen, cada que alguien olvida que por algo se llama “contrato matrimonial”, deja de ver una serie de relaciones de fuerza y jerarquización social en las que casarte, en teoría, te hace merecedora de algunos derechos. El hecho de que la generación de mujeres históricamente más informada en temas de género viva este tipo de agresiones no debería de ser motivo para juzgar las decisiones que tomamos, sino para prevenir el ejercicio de audacia, condescendencia, impunidad y crueldad que tienen los agresores blancos hacia nosotras.


La función que desempeña el acceso a los derechos humanos en la idealización de los hombres de Blancolandia es notoria cuando consideramos que ganan más dinero, son tratados como personas y tienen más tiempo libre. Cuando pienso en los reclamos que se lanzan hacia las mujeres que se relacionan con europeos por parte de hombres activistas heterosexuales mexicanos, como si esos reclamos quitaran que muchos de ellos sean negligentes emocionales, Nachos Progre o agresores en el peor de los casos, recuerdo mucho cómo se me aclararon muchas emociones cuando observé el comportamiento de mi Príncipe Deconstruido Alemán. No voy a hablar en este momento sobre la aspiración de todos los progres que conozco de ligarse blancas mexicanas, gringas o europeas y su desdén a la hora de relacionarse con activistas prietas como si nos hicieran un favor cuando el favor se los hacemos nosotras, pero sí quiero decir que los activistas agresores mexicanos y los europeos se parecen mucho y que si tanto le preocupa a estos viejos que las mujeres que se quieren ligar decolonicen sus afectos y su deseo, mejor empiecen por dejar de ser unos patanes irresponsables con ellas.


Eso que llaman “romantización de los europeos” encuentra mucho de su fundamento en cosas que sí hacen muchos europeos, como ejercer su paternidad o no acosar masivamente mujeres en la calle, pero esto no es porque sean mejores personas sino por la regulación de ciertos procesos. Yo ubico perfectamente que el momento en el que decidí mudarme a Berlín, una de las consideraciones más fuertes que tuve fue la del ejercicio de la paternidad tan visible y normalizado en esa ciudad. Los hombres en Alemania, blancos o no, pasean con sus hijos en la calle. Es común ver papás jóvenes haciendo trabajo de cuidados y esto no se explica de manera unidimensional, pero es importante entender que tienen acceso a permisos de paternidad, a jornadas laborales legales y bien remuneradas y a días de descanso. Lo que quiero decir con esto es que ser alemán no te hace buen papá, pero ser del norte global sí te permite ejercer una paternidad con mayor calidad de vida. Del mismo modo, también he visto casos en los que la paternidad implica una mayor posibilidad para controlar y agredir a las migrantes mexicanas. Existen casos en los que las mujeres no pueden volver a sus países porque, para poder salir del país con sus hijes necesitan el permiso legal de los padres, permiso que sus agresores evidentemente no les van a dar. En otros casos, los agresores maltratan deliberadamente a las mujeres y a sus hijos. En los peores las asesinan en frente de ellos. Como mencioné al inicio de este texto, me interesa que cada sobreviviente sea escuchade al narrar su propia historia, pero también es importante mencionar que existe una cantidad grave de casos de mujeres mexicanas víctimas de feminicidio en Europa. A Berenice Osorio su esposo belga la apuñaló en 2018. Berenice murió en el jardín de su patío meintras sus hijas dormían.


Considero que una de las herramientas de recuperación del trauma más importantes es cuando tomamos el poder de narrar nuestra vida. Es por esta razón que no pienso compartir los casos de violencia y abuso que se comparten de manera cotidiana en los grupos de migrantes en Alemania y en Europa en Facebook, sobre todo no pienso narrar ningún caso que pueda describir la situación al grado que alguien reconozca que se trata de lo que compartió con alguien o en algún grupo. La confianza se construye cuando las historias que compartimos se quedan con quienes decidimos compartirlas y yo atesoro que, aún cuando no comparto las formas de moderar en las que se evite “hablar de política”, fue gracias a estos espacios que yo misma pude reconocer que lo que estaba viviendo era una práctica común hacia las mujeres migrantes y no una diferencia cultural excepcional.

Uno de los principales problemas para escapar de estos agresores es que las posibilidades de pedir ayuda se vuelven gritos ahogados una vez que estás en otro país. El Infierno lejos de Casa de Alcaraz y Apple muestra que, contrario a la idea de que las víctimas no reconocen su situación, las mexicanas que buscamos ayuda para salir de una relación violenta nos enfrentamos a un sistema complejo que ni siquiera reconoce el abuso que vivimos. Según esta investigación, de las 8 mil 616 mujeres mexicanas que se casaron con ciudadanos belgas, alemanes, españoles y franceses y emigraron a estos países entre 2010 y 2020, 388 denunciaron violencia doméstica en el sistema consular.

Esto nos habla de miles de mujeres que no pudieron realizar estas denuncias y que solamente pudieron buscar ayuda por otros medios. Es común en los noviazgos con alemanes en Berlín, por ejemplo, que dadas las extremas dificultades que implica rentar un departamento en esta ciudad, los hombres alemanes saquen a sus novias de los departamentos que comparten con ellos a altas horas de la madrugada. Otras prácticas de abuso tienen que ver con violaciones y otras formas de abuso sexualizado, prácticas de maltrato emocional, gordofobia, hipersexualización y racismo.


Una de las cosas que tenemos que entender para dimensionar este problema es que las cosas en Alemania funcionan distinto. Allá no te enfermas y vas al Doctor Simi con cincuenta pesos. No haces una cita en cualquier consultorio y al otro día tienes una cita para una consulta ginecológica. No compras un chip de telcel y le llamas a tus amigos. La organización de la sociedad alemana y los contratos institucionales son profundamente excluyentes y difíciles de entender para muchas de nosotras, se vuelven privilegios vitales las redes de apoyo y la escucha informada en violencia doméstica decolonial.


La narrativa de que las mujeres idealizamos a un blanco y nos vamos a vivir allá sin considerar que es un viejo cochino es una explicación mediocre que ha monopolizado la reflexión sobre un problema complejo de salud pública cuya consecuencia es creer que las sobrevivientes, víctimas y denunciantes mexicanas de violencia en Europa merecemos lo que nos pasa desde una relación de causa-consecuencia insostenible, errónea, irresponsable y cruel. Los casos tienen sus particularidades y la mayoría de ellos esconde las historias de miles de mujeres recursivas, listas y amorosas buscando la manera de escapar de agresores que tienen todo un sistema estatal jugando a su favor.

Abortar, parir, casarte, divorciarte y hasta defenderte siendo una migrante en Europa tiene costos e implicaciones de las que nadie te habla cuando llegas allá y que los agresores utilizan a su favor para que siempre tengas miedo de que te acusen de ser tú la violenta, la tóxica, de estar loca o al menos tener algo muy mal en tus emociones. En los casos más graves vives criminalización, amenazas legales por parte de hombres que saben que no necesitan alzarte la voz para destruirte. Creer que toda escena de violencia doméstica consiste en que solo la vives si eres una mujer casada, tu esposo alemán te da una cachetada, tú llamas a la policía y eventualmente llega un mamado alemán a rescatarte es no tener ni idea de lo que es la vida.


En muchos casos, los hijos se vuelven un medio de control. La justicia es blanca y patriarcal en todos lados pero en Europa eso significa que tu maltratador te puede quitar a tus hijos en el momento que quiera con toda la legalidad que quiera. Hay casos de mujeres encarceladas en paises latinoamericanos porque sus esposos europeos las someten a terrorismo judicial también. Contrario a la idea de que una vez que tienes un hijo alemán accedes a tus derechos sin agresiones sistémicas, las migrantes en muchas ocasiones tienen que enfrentar un sistema médico racista lleno de violencia obstétrica. Carolina Alarcón, una doula sobreviviente de violencia obstétrica en Alemania, realizó esta serie de cortos documentales donde recuperó las historias de nacimiento de mujeres migrantes que enfrentaron este tipo de violencia en el sistema hospitalario berlinés.


El aborto también es un proceso complicado y el acceso a este derecho está obstaculizado para algunas mujeres de forma muy particular en Alemania. Primero porque, como ya mencioné, excluye de manera sistémica a turistas y migrantes sin residencia o seguro médico. Segundo porque los sistemas médicos en los países blancos son horribles y contrario a lo que por alguna razón seguimos imaginando de Europa, la cantidad de médicos provida y racistas que existen es extraorbitante. Tercero porque una vez que dices que estás embarazada y que no sabes si realmente quieres abortar o no, algunos agresores están dispuestos a obligarte a hacerlo en condiciones de violencia obstétrica y racista después de gaslightearte convenciéndote de que estás loca y por eso no deberías de tener hijos. En Alemania como en otros países, abortar es legal pero de alguna manera sigue siendo estigmatizado. Yazmín Martínez tiene una explicación detallada del proceso de interrupción del embarazo.


Después de todo el riesgo de agresiones y violencias que se hacen presentes cuando vives como migrante en Europa, está claro que ayudarte con un trámite migratorio para la obtención de la ciudadanía es lo menos que puede hacer por ti alguien que te quiere. Un contrato matrimonial arreglado que tenga como fin paliar la desventaja social que tiene una de las partes es posible incluso si te quieres con la persona porque una relación amorosa se debería de fundamentar en el sencillo deseo de que la otra persona esté bien. Si tu país es uno de esos estados nación construidos a partir de la colonización, la invasión y la explotación de otros países, lo menos que le debes a un vínculo en situación migrante, mujer o no, heterosexual o no, monógama o no, es el mínimo de consideración hacia su situación migratoria sin que eso implique que consideres agredirla en consecuencia.


En todo caso, si un europeo que se casa con una mexicana tuviera que “pagar” con ese trámite para estar con una persona que sabe la diferencia entre chilito del que pica y del que no pica, le saldría barato. El problema no reside en el hecho de que dos personas que se quieren decidan casarse en el momento que les venga en gana, sino en que esa decisión sea leída como un favor para la que está en desventaja. Creer que una de las personas en esa relación debe aspirar a casarse con la otra al punto de agradecer como si fuera un favor, incluso si es para resolver su situación migratoria, no reconoce que quien encarna esa desventaja no es responsable ni culpable de ella. Inserte aquí la carta con la que le respondió al parlamento europeo Andrés Manuel.

Si consideramos la repartición sexual y racial de la riqueza y la cantidad terrorífica de personas europeas que creen que los mexicanos somos holgazanes y que nunca hemos presenciado el milagro de la luz eléctrica, es totalmente comprensible que cualquier misógino racista miserable e inculto que viene de un pueblo de quince familias que tienen electrodomésticos de primer mundo pero siguen haciendo festivales para festejar el medievo y aferrarse a su oscurantismo cultural, como mi exnovio, considere que una mexicana que ha cruzado diez mil kilómetros y sabe ganarse la vida deba estar agradecida si se casa con él. No es ningún secreto que para los europeos neocolonizadores, o como les llaman ahora, “nómadas digitales”, las cosas sean totalmente distintas. Mientras a los migrantes del sur de américa los apresan, violan, asesinan y extorsionan las autoridades mexicanas, los blancos de Blancolandia viven con la realidad literalmente alterada esa fantasía a la que llaman México is so cheap. Como yo me dediqué muchos años a ser novia de muchas personas, ofrezco dos estudios de caso, los más graves que he visto en mi vida:


La primera era una feminista española que cobraba una beca postdoctoral para investigar un tema que no investigaba porque su interés era otro, el de hacer “críticas” a la teoría decolonial. Básicamente, con su sueldo de 36 mil pesos al mes, se dedicaba a hablar mal de las mujeres indígenas organizadas en Chiapas, porque eran machistas, según ella, al casarse con hombres de sus comunidades. El otro caso es el de un escritor mediocre que hizo una especie de novela en la que utilizó uno de los casos más graves de crimen de Estado contra unos activistas mexicanos para hacer una “autoficción” que ni era auto porque no le había pasado a él, ni era ficción porque sí le pasó a unos mexicanos. Gracias a esa novela le dieron una beca en su país europeo y podía pagarse un departamento en la roma al que metía a sus novias, siendo yo una de tantas y dando fe de que con tanto euro y sin pagar impuesto nunca fue capaz de invitarme un miserable té.


Si lo personal es político y vamos a abortar la aspiración a la blanquitud entonces comencemos por devolverle la responsabilidad y la vergüenza a los colonizadores. Viejos rancios buenos para nada hay en todos lados, es normal si todavía no podemos detectar a los que son rubios porque no compartimos sus códigos culturales, pero necesitamos entender este tipo de viruela de los afectos para no terminar drenadas por depredadores disfrazados de príncipes.


Para leer la tercera parte de este texto, así como el podcast que lo acompaña, suscríbete a www.patreon.com/feminasty


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2 Comments


andrea martinez
andrea martinez
Aug 22, 2023

Primero que nada y sé que no lo pides, te mando un fuerte abrazo, no puedo evitar quererlo mandar, siento que hueles a naranja y las naranjas son muy cool. Segundo y último punto, muchas gracias por compartir, gracias por existir y voy a suscribirme al patriiion. Saludos cordiales ☄️🦕

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Armando Samano
Armando Samano
Aug 15, 2023

Pero pues ya quiero leerlo!!! (perdón, tu voz es wow, pero no sé porque lo que me encanta es leerte)

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