Escribo esto después de ver el más reciente escándalo de la harpía sobrevalorada de Guadalupe Loaeza, que publicó ayer en el Reforma (¿dónde más?) una columna de opinión en la que asegura que le tiene mucha más confianza a Xóchitl Gálvez que a Claudia Sheinbaum. Como si eso fuera una sorpresa o de genuino interés para alguien, lo escribió y seguramente se lo pagaron. Pero al ser una frivolidad y un abierto sinsentido había que añadir un poco de polémica y entonces la decisión de "la escritora" fue decir que su desconfianza se debía a que Claudia era de pelo rizado y se lo alaciaba todas las mañanas porque seguramente le tiene envidia a Xochitl, dando con esto rienda suelta a su más profundo racismo y escondiéndolo, como siempre, en la pircardía de la frivolidad.
Guadalupe Loaeza siempre me ha parecido como cualquier otra Irrichurtugoroboitia o Aristibondorgia: una todatronca, torombola y lerda, incapaz de hacer absolutamente nada con gracia. Un higadazo, en palabras de mi abuela. Entiendo que la frivolidad sea un condimento para las columnas que le tienen compradas, a la tan comprada escritora, pero cada vez que me entero de algo que dijo, o que escribió, vuelvo a comprobar que se trata de una lerda simplona y sobrevalorada que abusa de ese recurso porque no tiene nada interesante para decir. La frivolidad, en tanto lujo, abarata el contenido. Me extraña y no que siendo una ñora tan araña y tan, pero tan ñera, todavía no lo aprenda.
Si bien sorprende su audacia, como toda audacia lo es por su capacidad de sorprender, también he visto cómo las señoras como Guadalupe siempre son transparentes y capaces de decirte cosas que consideran La verdad, porque si lo dicen ellas, a quienes tanto tiempo el mundo y las gentes las avalamos y les pasamos una, tras otra, tras otra agresión, será cierto. Y como son tantas las veces que llaman a alguien naco en privado sin que nadie las confronte, y como son tantas las veces que después de esto convencen a sus amistades de que son cool y hasta modernas, o lo que es ahora, activistas bien, en Lupe tienes condensado el ADN de una cepa muy robusta de racistas y clasistas en México que por el simple hecho de ser fufurufas, son aceptadas en cualquier lugar, pasando por progres, por feministas y por el ismo de moda sin mayor complicación. De este modo no solamente se posicionan gracias a gente exactamente igual que ellas, gracias a parásitos que se han acomodado en cada uno de los espacios y con quienes siempre mantienen buenas relaciones, porque si no serían conflictivas y se sabe que las conflictivas no le gustamos a nadie. Además de eso, habitan casi todos los medios, de dizque izquierda, de derecha y de dizque centro, dirigiendo la opinión pública a través de provocaciones porriles y abiertamente vacías.
Guadalupe solamente dice lo que todas las de su calaña piensan y no se atreven a decir, sus columnas son resultado de pláticas de café con otras señoras bien como ella y es fácil encontrar otras señoras, más jóvenes, e incluso muchachas, que son capaces de defenderla en lo público, pero sobre todo en lo privado, porque consideran que algún mérito tendrá. Es decir, porque son exactamente iguales a ella, que es la típica fufurufa que comienza cada frase con un “no me juzgues”y de inmediato le da el vuelo al castigo propinado por una lengua llena de odio y de veneno. Las mujeres como ella saben desde muy pequeñas, cómo utilizar el arma más ponzoñosa del opresor: la humillación.
Hace unos años, por ejemplo, y poco después de que se propusiera impedir la victoria de Andrés Manuel López Obrador apelando a la clase de las otras señoras bien, o a toda pobre pendeja de esas que están a un paso de ser whitexicans pero que nunca lo logran a menos que se comporten como este tipo de harpías dictan, Loaeza desencadenó una serie de comentarios sobre ella y sobre los clips que había usado Claudia Sheinbaum en un pantalón de vestir siendo ya Jefa de gobierno de la Ciudad. No me malinterprete, adorable lectorx. Claudia no es ninguna vedette y es totalmente evidente que durante los últimos meses ha sido sometida a un proceso de producción que por más vestidos caros y por más maquillaje que se le ponga no pueden otorgarle un gramo de carisma (como pasa con cualquier fufurufa, incluida Guadalupe), y aunque quizás muchas de nosotras hubiéramos sentido más respeto por una persona que se aferrara al estilo cool de la estudiante de ciencias dirigente del CEU, ese estilo deja de quedarte el día que tu marido y sus amigotes privatizan los comedores y los estacionamientos de Ciudad Universitaria, no porque se te va a juzgar patriarcalmente por casarte o no con alguien, sino porque qué importa lo que traías puesto el día que avanzaste en tu carrera política y lograste gasear muchachas que protestaban con un cuerpo de granaderos que prometiste extinguir. Lo que quiero decir con esto es que la frivolidad es deliciosa cuando se usa en cantidades adecuadas, pero si se te pasa un poquito la mano te vuelves una piedra de la clase política, o peor aún, un hígado racista incapaz de entender nada más que el dinero como motivo para escribir.
Las columnas de opinión, en este sentido, son verdaderamente problemáticas. Primero porque posicionan a los hígados y a las piedras de esos hígados como autoridades cuyas opiniones valen mucho más que otras. Y al menos en términos económicos algunas de ellas sí valen más que otras. Me gustaría mucho poder hacer que usted sienta al menos una línea de suspicacia sobre los cheques que le pagan no solamente a las Guadalupes sino a todas las personas que comienzan a escribir en muchísimos medios y cuyas opiniones no dejan de ser francas estupideces sin un gramo de rigor y, al mismo tiempo, profundizar en las columnas que yo misma he escrito y por las cuales he decidido publicar esto en mi patreon y en mi propia página antes de enviarla a ningún otro lado. Aunque aún enviándolas quizás no las publicarían, por supuesto.
Lo único bueno que veo en todo esto es que se hacen evidentes las entrañas más pútridas del clasismo mexicano. Primero, porque en 2018, Guadalupe intentó hacerse amiga de Beatriz Gutiérrez Müller llenándola de halagos, y algo habrá pasado porque para 2020 ya había cambiado completamente de opinión. En 2018, ya cuando se sentía inevitable la victoria electoral y moral de Andrés Manuel, escribió sobre ella:
No es una perita en dulce", dicen los que conocen a Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del precandidato por Morena, Andrés Manuel López Obrador. Esta percepción se debe a que Beatriz quizá tenga un alto concepto de su persona, lo cual la hace parecer un poco distante. Sin embargo, después de observar decenas de videos, entrevistas, de leer muchos artículos acerca de ella y de escucharla cantar a Silvio Rodríguez, yo diría que Beatriz sí es una perita en dulce. Algo tiene su personalidad que seduce e intriga al mismo tiempo. Es guapa, delgada, rubia y sumamente fotogénica. Se ve bien de falda larga, traje sastre, pantalones y jeans; con collar de perlas, con el pelo recogido o suelto, maquillada o sin maquillar. Su sonrisa es encantadora, su voz muy atractiva y su estilo desenfadado y discreto a la vez resulta muy agradecible tratándose de una posible Primera Dama. Dicho lo anterior, lo que más llama la atención de Beatriz es su inteligencia clara y su cultura sólida. Cuando habla de literatura, lo hace con conocimiento de causa y cuando habla de política (siempre desde la izquierda), se expresa con claridad, no titubea, no se hace bolas y se escucha sincera (...)
Pero para 2020, es decir, 3 doritos sabor 4T después:
“Sofia, me dijo: Tal vez aprovechó el vestido de novia que le hizo la vecina y lo arregló para esta ocasión poniéndole piedritas de otro vestido, para aprovecharlo. No le quedaba nada en su sitio. La cintura demasiado alta y las mangas largas muy ajustadas… en fin, ¡terrible!”
El principal problema que tiene Guadalupe con Beatriz es al parecer que no puede hacer más que criticarle la ropa, y que aún esto le sale forzado porque en términos de gusto, es decir, de clase, le es imposible ponerse al tú por tú con ella, pero con Claudia tiene un enojo mucho más profundo debido a que, como ella misma lo dice en muchas mesas con otras señoras fufurufas, al estar casada con un judío, no se explica que Claudia sea incapaz de asumir con orgullo su clase social. Su disgusto no es por el dinero, la etnia ni el gusto, sino lo que percibe como una triación de clase porque una ruca "bien" no se casa con un Tabasqueño y mucho menos lo admira. Lo que Guadalupe detesta es que señoras ricas como ella no tengan por oficio la frivolidad. Lo que Guadalupe detesta de Claudia es que no se asuma como la señora fufurufa que es, teniendo de su lado todo para hacerlo, y ahora que Claudia ha entendido bien la serie de apariencias que debe mantener a línea para evitarse los malos ratos, como cuando se puso unos clips en el pantalón, Guadalupe ha ido más profundo con una estocada abiertamente racista, situando el problema de clase que tanto ha procurado para entretener a los mercenarios de su calaña, en una cuestión profundamente problemática, como lo es la noción de un “pelo malo” para referirse al pelo rizado.
Todo lo que esto da la muestra de cómo juegan las mujeres ricas en las esferas domésticas del poder, pues a través de la humillación y de una violencia emocional profundísima, dicen lo que todas piensan y escupen en sus tazas de té. La agresión y la mediocridad es lo de menos, solo basta ser blanca y que te publiquen para pasar por intelectual y para hacer de la frivolidad un lujo, así como de la vergüenza una herramienta de opresión y de poder.
Por último, Claudia no es feminista y Guadalupe sí. Donde se pare, Guadalupe dirá que Claudia no es capaz de entender las luchas de las mujeres, y tiene razón. Esto habla igual de mal del feminismo que de Claudia y precisamente es esta la principal tragedia de las elecciones que se vienen. Mientras que la única opción que se opone a las racistas, a las fufurufas, a las ratas malditas del PRIANRDETC es una transfóbica incapaz de engañar a nadie con sus baños de pueblo, ¿qué es lo que se supone que vamos a hacer?
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